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miércoles, 21 de mayo de 2025

A la venta: La apuesta

 

Me complace anunciaros que «La apuesta», mi nueva novela romántica, ya está a la venta. Una historia tierna, calmada y emotiva sobre dos hombres que luchan contra sus propias carencias para estar juntos.

Sinopsis:

Samuel no encuentra su lugar en el mundo. Pablo siente un enorme vacío que no consigue llenar con nada.

Hace veinte años, un error imperdonable terminó con la amistad que los unía. Cuando coinciden en el trabajo, Samuel lo considera una mala jugarreta del destino. En cambio, Pablo se lo toma como una oportunidad para recuperar al único chico que ha amado. Sin embargo, el peso de ese fatídico día supone un lastre insalvable en su relación. Ya no son los mismos de antes, el tiempo no siempre cura todas las heridas y reconstruir la confianza rota no es tan fácil.

Dos hombres con un conflictivo pasado en común. Un primer amor que renace décadas después. Un despertar bisexual repleto de nuevas experiencias. 

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lunes, 19 de mayo de 2025

La apuesta: Capítulo 1

 

Siempre hay luz al final del túnel. Todo sucede por una razón. Cuando tocas fondo, solo puedes ir hacia arriba. Dios aprieta y abre una ventana, o algo por el estilo. Samuel conocía cada frase de aliento que la gente acostumbraba a decir durante las épocas aciagas. Llevaba cerca de un año repitiéndoselas hasta la saciedad y no se las había tragado ni por un segundo. Resultaba difícil ser positivo después de pasar una larga temporada sin trabajo, sufrir una ruptura amorosa y terminar durmiendo en el sofá de su hermana.

Intentaba convencerse de que la racha de mala suerte empezó con los recortes de personal que lo enviaron a la cola del paro diez meses atrás. En su fuero interno, sabía que únicamente se trataba de una excusa para no admitir el problema. Odiaba su antiguo empleo y le había supuesto un gran alivio perderlo, pues jamás se habría atrevido a marcharse por su cuenta. Asimismo, la inestabilidad financiera le había facilitado el pretexto para posponer los planes de boda. Verónica, su exnovia, anhelaba casarse y formar una familia. Por el contrario, Samuel no estaba seguro de desear tal nivel de compromiso. Ella se mostró comprensiva hasta que se le agotó la paciencia y le dio un ultimátum. Tras percatarse de que nada iba a cambiar, cortó con él y lo echó del piso que compartían.

Pese a que la ruptura encarnaba un fracaso, una pequeña parte de Samuel se sintió liberada al cruzar el umbral con las maletas. Le parecía la mujer idónea y, sin embargo, se alegró de su decisión. Ella se merecía a alguien mejor. De nuevo, él no habría sido capaz de tomar la iniciativa, ya que estar con Verónica era lo más cómodo. Lo confirmó el día en que les contó a sus padres que se habían separado y estos montaron un drama digno de una telenovela. Continuaban empeñados en que debían reconciliarse y no cesaban de insistir. Por ese motivo, aceptó gustoso el ofrecimiento de Olivia de mudarse a su domicilio.

Ella tenía sus propias complicaciones. Se había quedado embarazada muy joven, su ligue no había querido responsabilizarse y estaba cuidando a la niña sola. Trabajaba en un hospital como auxiliar de enfermería, hacía unos turnos demenciales y, aun así, andaba justa de dinero. El orgullo le impedía solicitar ayuda a sus progenitores, quienes aprovechaban cualquier ocasión para recriminarle el desliz. Samuel había tratado de echarle una mano, tirando de sus ahorros para cubrir la mitad del alquiler y ejerciendo de canguro mientras ella se ausentaba, pero no era suficiente. Necesitaban más ingresos con urgencia.

La oportunidad surgió donde menos se lo esperaba. El mes anterior, había acudido a una entrevista para ser creativo en una famosa agencia de publicidad. La señora que la condujo no estaba satisfecha con su currículo y lo despachó enseguida. Aunque Samuel se había licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas, carecía de experiencia en ese campo. Era un grave problema en un mundo tan competitivo. No supo nada de ellos durante semanas y asumió que lo habían descartado. Cuando lo llamaron para ofrecerle el puesto, no daba crédito.

Si hubiese sido una persona optimista, Samuel se habría dicho que el destino al fin le sonreía. No obstante, su superpoder, también conocido como ansiedad, le permitía ver catorce millones de futuros posibles y, en todos, la pifiaba de algún modo y acababa de patitas en la calle. El pesimismo tendía a acrecentar su agobio, como un nocivo círculo vicioso que se retroalimentaba. Era de vital importancia que saliese bien. Pagaría las facturas y supondría un paso adelante para desprenderse del complejo de inutilidad. Su autoestima se lo pedía a gritos.

Esa mañana se había levantado muy temprano para ducharse, arreglarse, preparar el desayuno y partir con bastante margen. Quería llegar puntual y causar una buena impresión. Mantener una apariencia de control lo ayudaba a calmar los nervios. Con la mente perdida en los millones de futuros alternativos, leía las noticias en su móvil y apuraba el último trago de café. A su lado, Olivia reñía a Alba por comer demasiado rápido mientras trataba de terminarse un bollo. La pequeña miraba a su madre con unos enormes ojos marrones, los mofletes manchados de cacao y la expresión traviesa que la caracterizaba. Para indignación de la adulta, su reprimenda no surtía el efecto deseado.

Samuel apartó la vista de la pantalla del teléfono, contempló a sus chicas con afecto y curvó las comisuras de los labios. Aunque Olivia acostumbra a negarlo, Alba parecía una versión en miniatura de ella. Había heredado su carácter extrovertido, inquieto y un tanto rebelde. Tenía muchos amigos, la invitaban a un montón de actividades y le encantaba practicar deportes de equipo. Olivia era igualita a su edad.

En cambio, Samuel siempre había sido más sensato e introvertido. Durante su infancia y adolescencia, había lidiado con las burlas crueles de sus compañeros debido al sobrepeso. Actualmente, estaba en forma gracias a una dieta estricta y al ejercicio intenso; sin embargo, aún se sentía inseguro con su cuerpo. Otra inseguridad que añadir a la interminable lista. Sus carencias, las reales y las imaginarias, habían moldeado una personalidad hermética, melancólica y arisca. Solía guardar las distancias con los demás para protegerse.

Las únicas que lograban traspasar la barrera con la que se resguardaba del mundo eran su hermana y su sobrina. A ellas les mostraba una faceta cariñosa, divertida y tierna que reservaba para muy pocos privilegiados. Ni siquiera su exnovia había llegado a conocerlo completamente. Sabía que el irracional miedo a sufrir le impedía conectar a un nivel íntimo con otro ser humano, condenándolo a la soledad. Aun así, no se animaba a ponerle remedio. El culpable tenía nombre y apellidos, pero hacía años que procuraba no pensar en él. A Olivia le gustaba llamarlo «El Innombrable». Para Samuel, era el cerdo que le rompió el corazón.

—Dile algo. A mí no me hace caso —imploró Olivia, masajeándose las sienes.

—El Colacao es para bebértelo, no para bañarte en él, enana —afirmó Samuel, esforzándose por permanecer serio.

—Pues huele mejor que el jabón de mamá —replicó Alba, guasona.

—Eso es cierto. —Emitió una fuerte carcajada.

—¡No sé para qué me molesto! —refunfuñó Olivia, disimulando una sonrisa—. Eres peor que ella.

—Llevo las de perder al enfrentarme a una mocosa tan inteligente —se defendió, e intercambió una mirada cómplice con su sobrina—. ¿A qué hora empieza tu turno?

—Ya debería haberme marchado —resopló, agobiada—. ¿Te importa acercarla al colegio?

—No hay problema. Me coge de camino y tengo tiempo de sobra —accedió tras consultar su reloj—, pero me niego a subir en mi coche a una niña sucia. Ve a lavarte, enana.

—Sí, tío Samu —asintió Alba, y corrió hacia el cuarto de baño.

—¡No me lo puedo creer! A mí me cuesta tres broncas y seis amenazas conseguir que se asee —comentó Olivia con asombro—. Cuéntame tu secreto, maestro Yoda.

—El tío guay soy —se jactó, socarrón.

—La expresión guay no es guay desde los noventa —señaló, formando una mueca irónica—. Me voy. Gracias por el favor y mucha mierda en tu nuevo empleo.

—Eso se dice en el mundo del espectáculo.

—La publicidad se parece al espectáculo y tú vas a revolucionarla —alegó—. Serás el Marlon Brando del marketing.

—Me conformo con que no me despidan el primer día.

—Deja de ser tan negativo. Estoy convencida de que te irá fenomenal. Las dos confiamos en ti.

—Ojalá tengas razón. El dinero nos vendría de perlas.

—Seguro que sí, ya lo verás. Después comeremos en alguna cadena de hamburgueserías elegante para celebrarlo. Hay que adaptarse al presupuesto.

—Me apunto —aceptó, divertido—. Te llamo luego.

—¿Puedes…?

—Sí, recogeré a Alba a la salida.

—¡Eres un sol! —Depositó un beso en su mejilla y abandonó el domicilio a la carrera.

Samuel rio por lo bajo y negó con la cabeza. Desde que se había mudado a aquel manicomio, su existencia se había convertido en un maravilloso caos que no cambiaría por nada. Era consciente de que se trataba de una solución temporal y que apenas había sitio para tres personas en el minúsculo apartamento de dos dormitorios. Sin embargo, se había sentido más querido, integrado y comprendido en dos meses que durante los cinco años que había convivido con Verónica. Admitía que su expareja no tenía la culpa de la distancia que él había interpuesto entre ellos. Nunca permitió que se acercase. Estaban condenados al fracaso desde el inicio. Silenció los pensamientos amargos y fue a cerciorarse de que Alba se cepillaba los dientes.

***

Arrastrando los pies por la habitación en penumbras, Pablo se dirigió al servicio para darse una muy necesaria ducha. Había sido una noche agitada y casi no había pegado ojo. Uno de los responsables de su vigilia continuaba roncando en la cama revuelta y salpicada de semen. Al otro llevaba más de dos décadas sin verlo. El primero lo había mantenido despierto un par de horas. El segundo había ahuyentado su sueño hasta que cayó rendido por el agotamiento. La perspectiva de reencontrarse con Samuel lo inquietaba.

Seguía cuestionándose si había obrado de manera correcta al mover los hilos para que lo contratasen en la agencia, y no dejaba de preguntarse cómo reaccionaría cuando descubriese que iban a ser compañeros. Cultivaba una frágil esperanza de que hubiese pasado página y ya no le guardase rencor por lo que sucedió en el instituto. Su conciencia había soportado aquella carga demasiado tiempo. Había llegado el momento de soltar el lastre. Al menos, era lo que se decía para justificar sus actos. En el fondo, subyacía un deseo ingenuo de recuperar al que había sido su mejor amigo durante la infancia. El propio Pablo había arruinado su relación con la peor de las traiciones y jamás pudo perdonárselo.

A veces, pensaba que el desafortunado incidente lo había marcado hasta el punto de moldear su carácter en la etapa adulta. Con los años y la madurez que estos aportaban, comprendió que no los unía una simple amistad; también fue su primer amor. Un amor tan puro e intenso que hacía palidecer en comparación a cada tipo que metía entre sus sábanas. Pablo era abiertamente gay. Había recorrido un largo y tortuoso camino para asumirlo. En la adolescencia, todavía se encontraba al comienzo de ese sendero y tomó decisiones nefastas en un desesperado intento de evitarlo. Sus errores dañaron al chico más bondadoso que había conocido y el pesar lo empujó a transformarse en la clase de persona que era hoy.

Pablo llevaba una existencia muy caótica. Se consideraba un alma libre, sin ataduras ni raíces que lo anclasen a ningún lugar. Tras mudarse a Londres con sus padres, había viajado mucho y había residido en diferentes países. Había disfrutado del inmenso privilegio de estudiar en renombradas universidades de Europa y Estados Unidos. Había trabajado en algunas de las agencias de publicidad más importantes del mundo. Había contemplado las auroras boreales en Noruega, el Taj Mahal en la India y la Gran Muralla China. Había experimentado cosas con las que la mayoría de la gente solo se atrevía a soñar. Se había follado a hombres que cortaban la respiración por su extraordinaria belleza y, sin embargo, persistía en él un sentimiento de vacío que no conseguía llenar con nada.

Temía bajar la guardia y mostrar sus debilidades. Quizá por ese motivo nunca había mantenido una relación estable. Era alegre y extrovertido, le gustaba divertirse, tenía un montón de amigos y un listín interminable de conquistas. Le encantaba su empleo, gozaba de prestigio en la profesión y caía bien a sus colegas. Debería estar satisfecho con todo lo que había construido. En cambio, al final del día, retornaba a un piso desértico que jamás le pareció un hogar y se preguntaba por qué no lograba ser feliz.

En demasiadas ocasiones, trataba de compensar sus carencias compartiendo la cama con cuerpos deseables, colmando sus noches de sudor y jadeos, y lo único que obtenía era una emoción de desarraigo al terminar. El eterno vacío lo empujaba a cometer errores como el que ahora dormía a pierna suelta en su habitación. Raúl era uno de esos deslices que siempre se aseguraba que no repetiría y, al cabo de unas semanas, pecaba de nuevo. Al igual que un alcohólico, regresaba sin remedio a su veneno favorito, disfrutando del fugaz alivio antes de la terrible resaca.

Raúl constituía un recuerdo amargo del pasado. Una gigantesca señal de neón que le advertía del rumbo que estaba tomando su vida. Lo que tenía de guapo y buen amante quedaba ensombrecido por la mezquindad y la hipocresía que lo rodeaba. Un envoltorio hermoso, sin nada más que mentiras en su interior. Impermeable a los remordimientos. Casado con una pobre mujer que ignoraba lo que hacía su marido en los supuestos viajes de trabajo. Padre de dos niños adorables que lo idolatraban. Un publicista brillante y un auténtico tiburón en los negocios. Un bastardo implacable al que no le convenía enfrentarse. «Y un muerdealmohadas consumado», agregó Pablo mientras salía del aseo con una toalla envolviéndole las caderas. Lo suyo ni siquiera se acercaba al amor, era pura lujuria. «Sexo sucio en el mal sentido».

—¿Qué hora es? —consultó Raúl, desperezándose.

—Hora de que te des una ducha rápida si no quieres llegar tarde —respondió Pablo, y accedió al vestidor con un aire indiferente—. Prepararé café.

—¿Por qué no me has despertado? —protestó, saltando del lecho.

—Lo intenté un par de veces —replicó, jocoso—. Desistí por la amenaza de castración.

—No sospechaba que fueses tan sensible —se mofó, y descargó un chorro de orina en el inodoro—. Ayer me costó bastante conciliar el sueño. No parabas de moverte. ¿Qué te ocurría?

—Nadie se ha quejado por mi forma de moverme. —Retornó al cuarto enfundado en un traje elegante y se ajustó la corbata frente al espejo—. Creo recordar que tú tampoco.

—Tus cambios de tema no son tan sutiles como piensas —afirmó, riéndose—. Parecías nervioso y hoy luces unas ojeras horrorosas. ¿Qué te preocupa?

—Será el estrés —se justificó, evasivo—. ¿Dónde se supone que estás?

—Una reunión en Barcelona. Me quedo hasta mañana. —Compuso una expresión irónica—. ¿Repetimos esta noche?

—No puedo. Tengo un compromiso.

—Siempre dices lo mismo y acabas cancelándolos en el último momento.

—Este es ineludible. —Se encaminó hacia la cocina—. Apresúrate.

Pablo puso la cafetera en marcha con un familiar nudo en la boca del estómago. La culpabilidad no lo abandonaba. Había coincidido con la esposa de Raúl en numerosas fiestas y cenas de empresa. Incluso conocía a sus hijos. ¿Por qué seguía jodiendo con un infiel patológico? ¿Qué lo impulsaba a revolcarse por el fango? Nunca hubo nada romántico entre ellos, no albergaba la menor duda al respecto. Le daba la impresión de que últimamente el otro estaba más pegajoso de lo habitual; sin embargo, por su parte, el interés nacía y moría en la cama. En cuanto salieran del piso, ambos se subirían a sus coches y fingirían ante el resto del mundo que eran simples colegas. Fingiría ante el único chico que le había importado.

Sin remedio, su mente voló de nuevo hacia Samuel. Raúl llevaba razón: estaba muy nervioso. La zozobra no lo soltaba desde que Carmen, una amiga de Recursos Humanos, le transmitió la buena noticia. Todo se resumía en una afortunada casualidad. El mes anterior, lo vio de lejos mientras entraba en las oficinas. Estaba tan cambiado que, al principio, le costó reconocerlo. Por un segundo, pensó que su imaginación le había jugado una mala pasada. Como la incertidumbre amenazaba con tragárselo vivo, bajó a la planta de Carmen e insistió hasta que ella accedió a revisar los currículos. El corazón le dio un vuelco en el pecho al oír su nombre. Lo demás era historia: un poco de verborrea, una carita de cordero degollado y un pequeño soborno culminaron en un contrato de trabajo. ¿Qué esperaba conseguir? Pablo no lo sabía. Quizá trataba de compensar el dolor que le había infligido, o tal vez, solo tal vez, sus sentimientos por él aún no se habían apagado.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

A la venta: La obsesión de Sean

¡La espera ha terminado! «La obsesión de Sean» ya está disponible. Mi primera novela romántica ambientada en la Cosa Nostra de Nueva York. Una historia entretenida, protas adorables y escenas que te elevarán la temperatura corporal. ¿Me acompañáis en este ardiente viaje?

Sinopsis:

Sean tiene una misión. Marcado por el asesinato de su padre a manos de la mafia, ha dedicado su carrera en el FBI a perseguir a los culpables y le ha supuesto un alto coste personal. Lo único que le queda es la venganza. Al infiltrarse en la familia Ferri, cree estar un paso más cerca de alcanzar su objetivo. Hasta que se estampa contra un muro infranqueable: Enzo Ferri, el nuevo consigliere. Desconfiado, estratega y demasiado inteligente, Enzo supone un peligro potencial para Sean.

Cuando comparten un impulsivo beso de madrugada, Sean encuentra la forma de saltar el muro y obtener la información que necesita: fingir atracción por Enzo, aunque nunca le han interesado los hombres. Comienza así un arriesgado juego de simulaciones y engaños, donde las líneas se desdibujan a medida que la pasión se vuelve real. ¿Podrá Sean aceptar sus sentimientos por el enemigo o permitirá que se imponga la obsesión?

Una historia de criminal y agente de la ley que se cuece a fuego lento.

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