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domingo, 26 de marzo de 2023

Relato completo: ¡Come!

ADVERTENCIA: Este relato no es apto para menores de dieciocho años. Contiene escenas perturbadoras que podrían herir la sensibilidad del lector.

Mi relato está registrado en Safecreative. Los derechos son míos y no tolero plagios ni adaptaciones de ninguna clase. Si detecto alguno, llevaré a cabo todas las acciones legales pertinentes contra esa persona.

 

Sinopsis: Oculto en las montañas ourensanas, Elías da rienda suelta a sus instintos caníbales, pero cuando caza a la presa equivocada, su necesidad de comer carne humana da paso a una inconmensurable obsesión que amenaza con destruirlo. 

 

¡COME!

Serrar los huesos era lo más difícil y tedioso de descuartizar un cuerpo humano, pero Elías contaba con la experiencia y el instrumental necesarios para que la tarea le resultase bastante llevadera. Otra cosa que no le gustaba nada era retirar los intestinos y demás órganos que no servían para comer porque con lo arriesgado que le resultaba capturar a sus presas le parecía una verdadera lástima tener que echarle parte de su botín a los cerdos. No obstante, Elías disfrutaba de ese momento del proceso tanto como lo hacía de la cacería o de cocinar porque sabía que esos pasos previos lo llevarían a estar sentado a la mesa con un manjar en su plato, inspirando el embriagador e inconfundible aroma de la carne humana y anticipando su sabor, el cual difería de unas personas a otras dependiendo de su sexo y edad. El resultado siempre le parecía exquisito, pero él prefería a los hombres jóvenes por su regusto intenso y textura tierna. Además, ingerir a aquellos chicos siempre le producía una desmedida excitación sexual que no experimentaba con las mujeres. Tanto era así que a veces tenía que hacer una pausa en sus comidas para poder masturbarse.

A decir verdad, esto era lo más cerca que Elías había llegado a estar de mantener relaciones sexuales con otra persona en una década. Pues, desde que se había escondido en aquella casa vieja de un pueblo abandonado, en la montaña ourensana, para evitar ser detenido por matar y posteriormente comerse a su esposa e hijos, no había vuelto a tener ningún tipo de relación humana. En ocasiones, lo echaba de menos, pero la mayor parte del tiempo era feliz con su estilo de vida de ermitaño. O al menos se obligaba a serlo. Había renunciado a una exitosa carrera como cirujano y a una existencia muy acomodada por saciar esa ansia que llevaba persiguiéndolo desde que tenía memoria. Jamás podría olvidar la primera vez que probó la carne humana porque fue una experiencia que deleitó todos sus sentidos, pero por aquel entonces aún carecía de experiencia en borrar sus huellas y la policía no tardó en sospechar de que él era el culpable de la desaparición de toda su familia.

Por eso, tuvo que huir y dejarlo todo atrás. Condujo durante días hasta llegar a aquel pueblo fantasma. Eligió la casa menos deteriorada y la restauró con sus propias manos. No tenía electricidad ni agua corriente y se había deshecho de su teléfono móvil antes de escapar de la ciudad para que no pudieran rastrearlo. También se dejó crecer el pelo y la barba para cambiar su aspecto. Cultivaba todo tipo de alimentos y criaba animales para luego venderlos y comprar otros bienes que no podía sacar de la tierra, como ropa de abrigo, velas, pilas, bombonas de butano para el camping gas con el que cocinaba o gasolina para la vieja y destartalada furgoneta que le había comprado a un particular hacía años, ya que se vio obligado a deshacerse de su antiguo coche. Cogía agua con cubos en un río que discurría no muy lejos de su casa y cortaba leña en el bosque con la intención de quemarla en la chimenea durante los fríos inviernos.

Sólo abandonaba su refugio para vender sus productos y hacer compras en la ciudad que tenía más cerca, pero cada dos o tres meses, conducía durante horas hacia lugares más alejados para seleccionar a su nueva víctima, quien lo alimentaría durante las semanas siguientes. Normalmente, esperaba a que fuese de noche, aparcaba su furgoneta en algún sitio de tránsito, como en las cercanías de un bar de copas, y aguardaba pacientemente a que pasase la persona perfecta. Debían ser chicos jóvenes e ir solos para reducir el peligro de que lo descubriesen, pero además tenían que tener algo especial que atrajese a Elías, como un llamativo aspecto físico o algo peculiar en su forma de moverse. Cuando al fin seleccionaba a su nueva víctima, solía acercarse por detrás y golpearlos fuertemente en la cabeza con un hierro para dejarlos inconscientes. Acto seguido, los cargaba en la parte de atrás de su vehículo y les seccionaba allí mismo la yugular para matarlos en el acto porque así no corría el riesgo de que tratasen de escapar. Después, volvía a casa, donde los descuartizaba y metía los trozos en un enorme cajón con sal para conservar la carne.

Esa madrugada acababa de regresar de una de sus cacerías y tenía un nuevo cuerpo que despedazar y preparar. Esta presa en particular era muy valiosa para Elías porque en cuanto puso los ojos sobre aquel chico supo que tenía que ser para él. Lo vio charlando con unos amigos en la puerta de un local de ambiente cuando pasó por delante con su furgoneta, y quedó prendado de aquel joven de pelo rubio y tez pálida con la sonrisa más radiante que había visto en su vida. Elías no solía cazar ni dejarse ver donde había grupos de gente, era su primera norma para evitar que lo atrapasen, pero esa vez ignoró a su sentido común, que le gritaba que aquello era una pésima idea, y decidió aparcar en frente del pub para poder seguir observando al chaval mientras cruzaba los dedos para que éste se separarse de sus amigos y le diese una oportunidad de poder atraparlo. Nunca en su vida había deseado tanto probar la carne de alguien como la de aquel ángel de cabellos dorados. Lo necesitaba con tanta desesperación que incluso le oprimía el pecho y le cortaba la respiración.

Como si alguien hubiese escuchado las plegarias de Elías, el chico se despidió de todos sus amigos con un abrazo y echó a andar calle abajo completamente solo. El depredador se relamió con la anticipación del deleite que estaba por venir y puso en marcha su vehículo para seguirlo. La impaciencia provocó que estuviese a punto de asaltarlo en un lugar demasiado iluminado y por el que circulaban algunos transeúntes, pero logró contenerse a tiempo y se obligó a sí mismo a esperar una mejor ocasión. Su paciencia tuvo recompensa porque, apenas unos cinco minutos después, el joven torció a la derecha en una estrecha, oscura y solitaria calle, que le brindó a Elías la oportunidad que estaba esperando. Y al igual que había hecho docenas de veces antes, saltó de la furgoneta para repetir su ritual de caza, golpeándolo y luego degollándolo, y regresó a su vieja casa con el ansiado trofeo.

Una vez allí, no perdió ningún tiempo y empezó a despezar el cadáver para su posterior consumo mientras una descomunal erección se formaba en sus pantalones por la profunda excitación que le provocaba esa víctima en particular. Tardó horas en trocear todo el cuerpo, guardarlo en sal y recoger lo ensuciado, pero ni siquiera notó el cansancio porque lo impulsaba un intenso e inusitado anhelo. Cuando terminó, llenó un vaso de sangre en uno de los barreños que había usado para recogerla y bebió con gula para celebrar el éxito de la cacería antes de irse a dormir por fin. Adoraba el sabor de la sangre fresca casi tanto como el de la carne, pero aquella le pareció la mejor que había probado en su vida, así que la sorbió lentamente para prolongar el placer. Ya se lo había bebido casi toda cuando escuchó el desgarrador grito de un hombre muy cerca de él. Elías se sobresaltó y soltó el vaso, que se estampó contra el suelo y se hizo añicos, regando el cemento con su contenido.

—Pero, ¿qué coño? —refunfuñó, extrañado.

Cogió una linterna y giró sobre sí mismo para inspeccionar la estancia en busca de la fuente de aquel estremecedor chillido, pero allí no halló a nadie. Después, revisó una por una las demás habitaciones de la casa con idénticos resultados. Todavía intranquilo, salió al exterior para comprobar si había alguien por los alrededores de su vivienda, pero fuera tampoco vio nada más allá del habitual paisaje de la montaña. «Me lo habré imaginado», se dijo para tratar de restarle importancia al asunto y se dispuso a acostarse para descansar unas horas antes de que tuviese que ocuparse de la huerta y los animales. Cerró bien las puertas y se metió en la cama. Estaba tan agotado que no tardó demasiado en caer en un pesado estado de somnolencia, entre la vigilia y el sueño.

—¡Hijo de puta! —le susurró la misma voz al oído.

Sobresaltado, Elías se incorporó en el lecho como si alguien hubiese accionado un resorte en él. Encendió la linterna con manos temblorosas y recorrió con ella todos los recovecos de su dormitorio sin encontrar nada más que paredes desconchadas y muebles viejos. Saltó de la cama para comprobar si había alguien escondido debajo de ella, pero al mirar, descubrió que el hueco estaba vacío. Durante un par de minutos, se quedó allí de pie, preguntándose qué demonios le pasaba y si era posible que su propia cabeza le hubiese jugado no una, sino dos malas pasadas. No estaba seguro, pero había una cosa que parecía muy clara: allí dentro no había nadie. Finalmente, culpó al cansancio de esos incidentes y decidió volver a acostarse. A pesar de su extenuación, tardó varias horas en dormirse porque esperaba que, en cualquier momento, esa voz volviera a importunarlo, pero a medida que transcurría el tiempo y no ocurría nada, comenzó a relajarse y a restarle importancia a aquel perturbador suceso hasta que por fin concilió el sueño.

Se despertó bien pasado el mediodía con una molesta jaqueca, que amenazaba con acompañarlo durante el resto de la tarde. El sueño se había llevado parte del susto de la noche anterior, pero todavía le quedaba una tenue sensación de inquietud, como si hubiese algo que no estaba en su sitio, pero no supiese el qué. Miró la hora en su viejo reloj de pulsera y resopló con fastidio porque se le habían pegado las sábanas y todavía tenía todas las tareas sin hacer. Así que se vistió a toda prisa y fue a echarles comida a los animales. Sus propias tripas sonaron demandantes mientras observaba como las gallinas picoteaban las berzas que acaba de darles, por lo que decidió posponer el resto del trabajo hasta que él mismo hubiese comido. Además, se sentía muy impaciente por probar la carne de su nueva presa, la cual estaba convencido de que sería sublime, así que volvió a la casa y cocinó en el camping gas un buen trozo, aliñado con ajo, perejil y aceite de oliva.

Mientras veía como la carne se doraba y un agradable aroma inundaba sus fosas nasales, fue formándose sin remedio una fuerte erección dentro de sus pantalones. Se había comido a muchos chicos antes, pero rara vez se había sentido tan excitado como en aquel instante. Cuando la carne estuvo en su punto, la sacó de la sartén y la colocó en un plato. Se relamió con anticipación y se sentó a la mesa para degustar su manjar. Cortó un trocito y se lo metió en la boca. Masticó lentamente. El primer bocado fue como una explosión de sabores en su paladar porque jamás había probado nada tan delicioso. Y aunque trató de comer despacio para alargar el placer, no pasó mucho tiempo hasta que se sorprendió a sí mismo engullendo como si estuviese muerto de hambre. Se le pasó por la cabeza la idea de que jamás podría aburrirse de degustar aquella delicia y después se corrió de forma larga e intensa mientras dejaba caer el cuchillo y el tenedor sobre el plato vacío.

—¿Qué cojones estás haciendo, cabrón? —le gritó la misma voz de la noche anterior.

Asustado, Elías miró a su alrededor, buscando al hombre que le había increpado, pero no fue una persona lo que encontró, sino una extraña sombra que le recordaba vagamente a la forma de un cuerpo humano agazapada en un rincón de la cocina y suspendida en el aire. Parecía un humo negro que se contraía y expandía de manera espasmódica como el latido de un corazón, pero no había ningún fuego a la vista que lo provocara. Elías quiso gritar, pero el nudo en su garganta se lo impidió. Se levantó de la silla de una manera tan abrupta que la volcó. Después, retrocedió de espaldas hasta que chocó contra la pared más alejada de aquel extraño ente y se lo quedó mirando con los ojos llenos de pánico y estupor.

—¿Qué coño eres? —preguntó Elías cuando consiguió articular palabra.

—Tu comida, al parecer —respondió el ser con resentimiento.

—Esto no está pasando. No eres real. Son imaginaciones mías. Debo estar volviéndome loco.

—A juzgar por el trozo de carne humana que te acabas de zampar, yo diría que ya estás bastante loco.

—¡Vete de aquí!

—Ojalá pudiese. Nada me gustaría más que ser capaz de pirarme, créeme. No tengo ningún interés en ver como un chalado se merienda mi cuerpo, pero fuiste tú el que me trajo de vuelta y no sé cómo irme.

—¿Eres... eres el chico que estaba fuera del local de ambiente?

—¿Así que fue ahí donde me elegiste? —Guardó silencio durante unos interminables segundos—. Me llamo Cristian para tu información. Imagino que para ti no somos más que víveres, pero tenemos nombres, y también familias, amigos y parejas que se quedarán desolados con nuestra desaparición. ¿Alguna vez has pensado en eso? No, claro que no, porque a ti no te importa nada más que...

La frase se quedó en el aire porque de repente la sombra se esfumó y en el lugar en el que antes estaba únicamente quedó una vieja pared. Elías se acercó a la zona con cautela para inspeccionarla de cerca, pero no apreció nada extraño. Luego, miró a su alrededor con idénticos resultados.

—¿Cristian? —lo llamó, obteniendo sólo el silencio como respuesta.

«Definitivamente, estoy perdiendo la cabeza», se dijo con preocupación antes de disponerse a retomar sus quehaceres. Tenía tanto trabajo atrasado en la huerta que durante unas horas casi pudo olvidar el escalofriante suceso acontecido en la cocina, pero cuando llegó el momento de cenar y volvió a preparar otra buena porción de carne para luego degustarla con glotonería, la pesadilla regresó como un vídeo que hubiese estado pausado y se hubiese reiniciado al darle al play. Sin embargo, esa vez había una pequeña diferencia: la sombra tenía cara. Un rostro pálido, con los labios rosados y unos ojos de un azul intenso que lo miraban acusadores.

—¿Nunca te cansas de comer lo mismo? —le recriminó Cristián tras un teatral resoplido—. Te recomiendo que pruebes el pescado y las verduras de vez en cuanto. Tu salud te lo agradecerá.

—¿Tú otra vez? —preguntó Elías con fastidio—. ¿Por qué sigues aquí?

—¡Y yo qué sé! No vengo por gusto. Eres tú el que me llama. —Echó un vistazo a su alrededor—. ¿Cómo narices puedes vivir así? Este lugar parece sacado del siglo XIX.

—¡Vete!

—¿Estás sordo o qué? Ya te dije que no puedo.

—¿Por qué coño me pasa esto? —Refunfuñó mientras daba vueltas por la estancia como un gato enjaulado—. Tiene que haber alguna explicación razonable. No había ocurrido nada en todo el día y... —De repente, cayó en la cuenta de algo importante—. Siempre sucede cuando me alimento del nuevo cuerpo. La carne debe estar en mal estado o quizá ese chaval tomó alguna clase de droga muy potente y me causa alucinaciones.

—No he tomado drogas en mi vida. —Bufó—. Y te puedo asegurar que tenía muy buena salud antes de que tú me pusieses las zarpas encima, así que de en mal estado nada. ¿Tan difícil es de creer que estoy aquí de verdad?

—¡No es posible!

—Para ser un caníbal tienes una mentalidad bastante cerrada, ¿no te parece? —Le dedicó una sonrisilla irónica—. Supongamos que estás en lo cierto y que sólo aparezco cuando me comes, ¿por qué no tiras mis restos por ahí y te vas a buscar a otro pobre incauto al que matar? Así los dos podríamos descansar por fin.

—No es tan sencillo. Corro un gran riesgo de ser atrapado cada vez que salgo de caza y debo conducir durante horas para alejarme lo bastante de aquí como para que no me encuentren. No es como si pudiese ir al supermercado a comprar un cuerpo humano.

—Eso es verdad —admitió, pensativo—. A propósito, ¿por qué lo haces? Sé que crees que sólo soy una alucinación, pero al menos me gustaría conocer la razón por la que morí.

—No lo sé. Siempre he tenido ese impulso, es como una necesidad que me corroe por dentro, y no empecé a ser realmente feliz hasta que lo seguí.

—¡Qué jodido! —Se rió—. ¿Y cómo eliges a tus víctimas? ¿Deben tener algo especial o te vale cualquiera?

Elías abrió la boca para contestar, pero entonces se dio cuenta de que Cristian había vuelto a desaparecer. Le sorprendió mucho el hecho de sentirse tan decepcionado por la interrupción de su conversación. Hacía mucho tiempo que no hablaba con otra persona y, tras el estupor inicial, estaba empezando a disfrutar del irónico sentido de humor de su visitante. Elías no tenía claro si aquel fantasma era real o sólo un producto de su imaginación, pero debía reconocerse a sí mismo que, fuera lo que fuera, le gustaba porque mitigaba su soledad. Así que a pesar de que estaba lleno, se dirigió a la despensa para coger otro pedazo de Cristian y cocinarlo con prisas en la sartén. La carne le gustaba en su punto, pero estaba tan impaciente que no esperó a que se hiciera del todo y se la comió poco hecha, aún con la sangre brotando en cada corte. Engulló deprisa y sin detenerse a paladear los sabores hasta que tuvo la impresión de que su estómago iba a explotar.

—¡Joder, tío, como sigas atiborrándote así te vas a poner como una foca! —se burló Cristian.

Aliviado, Elías levantó la vista de su plato y se encontró con que la sombra ahora tenía toda la cabeza con su cabello dorado, el cuello y parte de los hombros. Lo observó con admiración porque opinaba que aquel espíritu o visión, o lo que fuera, poseía el rostro más hermoso que había visto en su vida. Ya se lo pareció cuando lo acechó en la calle, pero ahora que podía contemplarlo de cerca le parecía que su primera impresión no le había hecho justicia al verdadero atractivo del chico. Y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, una inmensa sonrisa se dibujó en sus labios.

—¿A dónde vas cuando desapareces? —le preguntó Elías con curiosidad.

—A un sitio oscuro y vacío. Quizá sea tu cabeza. —Curvó las comisuras de los labios con un aire socarrón—. Para serte sincero, no me gusta nada. Allí no hay nadie más y me encuentro muy solo. —La sonrisa se borró de su cara dando paso a una expresión de angustia que entristeció a su interlocutor.

—Conozco el sentimiento.

—¿Por eso me has traído de vuelta tan pronto? ¿Te sientes solo? Bueno, supongo que es lógico. No puedes tener amigos porque te los comerías. —Se rió.

—Antes me preguntaste cómo elegía a mis presas. La verdad es que siempre escojo a las que me gustan físicamente, pero en tu caso, había algo más aparte de tu innegable belleza, también tenías como un aura luminosa a tu alrededor que me atraía hacia ti de forma inevitable. Me obsesioné con la idea de que debías ser mío en cuanto te vi. Es la primera vez que me ocurre algo así.

—Ahora ya no importa mucho, pero estoy seguro de que yo me hubiese ido contigo sin dudarlo si te hubieses acercado a mí. Eres totalmente mi tipo. —Se encogió de hombros—. Creo que me voy a ir ya. Noto como la oscuridad me llama.

—¿Tan pronto? ¡No, espera!

—No puedo evitarlo. Es como si una fuerza me succionase y...

Cristian dejó la frase en el aire cuando se esfumó ante los ojos de Elías, quien se quedó desolado por la brevedad del tiempo que el otro se había quedado esa vez. Se sintió seriamente tentado a comer de nuevo para traerlo de vuelta, pero ya tenía el estomago completamente lleno y no creía que fuese capaz de ingerir ni un solo bocado más, así que decidió acostarse para dormir y dejar pasar las horas hasta que pudiesen reencontrarse. A la mañana siguiente, se despertó agotado y tuvo que realizar un esfuerzo sobrehumano para levantarse de la cama y otro más titánico aun para atender a sus animales. Lo achacó al empacho de la noche anterior, pero incluso así se preparó una ingente cantidad de carne para poder ver a Cristian y retenerlo más tiempo en esa ocasión. En cuanto terminó su plato, el humo negro reapareció, pero esta vez también tenía brazos y la mitad del torso.

—¡Por fin! Pensaba que no ibas a llamarme nunca. Ni te imaginas lo tremendamente angustiante que es estar en ese lugar —se quejó Cristian con un tono recriminatorio—. Pareces cansado.

—Lo estoy. No he dormido muy bien.

—Al menos tú eres capaz de dormir. Yo estoy consciente todo el tiempo mientras me encuentro en ese vacío sin más compañía que la de mis lúgubres pensamientos.

—Lo lamento mucho. Ayer ya no podía comer más.

—¡Ah! Creía que te habías aburrido de mí. Lo entendería si fuera así porque al estar muerto yo jamás podré tocarte ni hacer nada.

—¡Claro que no! Me agrada muchísimo tu compañía. —Le dedicó una mirada cargada de significado—. Lamento haberte asesinado. No sabes lo profundamente arrepentido que estoy de haber quitado una vida que irradiaba tanta luz.

—Eso ahora ya no tiene remedio. Puedes recompensarme manteniéndome aquí el mayor tiempo posible. No soporto estar en la oscuridad.

—Te juro que haré todo lo que esté en mi mano para evitarte ese martirio.

Elías mantuvo su promesa durante el resto del día al comer todo lo que fue capaz. Y con cada bocado que se llevaba a la boca se sentía más y más agotado, pero no podía detenerse porque las apariciones de Cristian se iban volviendo más breves y el fantasma parecía más angustiado con cada partida. Al llegar la noche, Elías ya sufría serias dificultades para mantenerse de pie y tenía que apoyarse en los muebles para desplazarse por la cocina mientras preparaba la última porción de carne del día. Cuando fue a la despensa a buscarla, se sorprendió mucho al darse cuenta de que ya había ingerido en dos días los víveres de toda una semana. Y no pudo evitar preguntarse qué ocurriría con él cuando se terminasen porque eso implicaba que con toda seguridad dejaría de ver a Cristian. Pero apartó esas lúgubres ideas de su cabeza, autoconvenciéndose de que aún faltaba mucho para que se acabasen, y se obligó a sí mismo a volver a alimentarse aunque su cuerpo lo rechazaba en forma de constantes arcadas.

—No tienes buen aspecto —declaró el espíritu, quien ya poseía todo el tronco y las piernas hasta las rodillas.

—Es que no me sienta bien zampar tanto, pero necesitaba verte una vez más. —Forzó una sonrisa cansada—. ¿Por qué siempre que apareces puedo ver una nueva parte de tu cuerpo?

—No estoy seguro. Creo que tiene que ver con el vínculo que se va formando entre nosotros a medida que me comes. Es como si nos estuviésemos conectando.

—Me siento muy conectado a ti —consiguió decir antes de desmayarse.

Elías se despertó sobre el suelo de la cocina con un horrible dolor en todo el cuerpo. El sol de la tarde se colaba por las ventanas y fuera se podían oír a las gallinas cacareando desesperadas por no haber recibido su alimento. Sin embargo, los animales eran lo último en lo que él pensaba porque todo lo que tenía en la cabeza era engullir otro trozo de Cristián para traerlo de vuelta. Elías trató de levantarse, pero sus extremidades inferiores no le obedecieron y no le quedó más remedio que arrastrarse por el rugoso cemento hasta la despensa. No podía incorporarse ni le quedaban ya fuerzas para cocinar, así que se comió la carne cruda mientras luchaba contra las nauseas. Lo que una vez había sido un inmenso placer para Elías ahora no era más que un desagradable trámite que debía cumplir para poder ver una vez más a aquel ser lleno de luz que lo encandilaba. Le costó masticar y tragar, pero en cuanto terminó, Cristián se mostró ante él ya con todas las piernas hasta los tobillos.

—Has tardado mucho —le recriminó el fantasma con el ceño fruncido.

—Lo siento. Me acabo de despertar —logró decir con un débil hilo de voz—. No sé qué me pasa, pero no me encuentro nada bien.

—¿Tú te quejas? Te recuerdo que soy yo el que está muerto y que fue por tu culpa. Lo menos que podrías hacer para compensármelo es procurar que no pase tanto tiempo en ese horrible lugar. Supongo que no te importo tanto como dices o no consentirías que yo sufriera.

—¡Claro que me importas! —le aseguró, desesperado—. Te prometo que hago todo lo que está en mi mano para traerte de vuelta, pero mi estómago ya no puede más.

—¡Mentira! Apenas has comido esta vez. —Se cruzó de brazos y giró la cara para demostrar su enfado—. Lo sé porque ya noto como la oscuridad me llama de nuevo.

—¡No, no te vayas!

—Tienes que tomarte otro pedazo para que pueda regresar. —Clavó sus penetrantes ojos azules en los del otro—. ¡Come! —añadió antes de desvanecerse.

Elías se dispuso a cumplir la orden, pero al tratar de alargar el brazo para coger otro trozo del cajón con sal, se dio cuenta de que apenas podía moverlo ya. Hizo acopio de todas sus fuerzas para agarrar la porción y llevársela a la boca. Masticó lentamente porque su mandíbula estaba igual de débil que el resto de su cuerpo. Tragar fue también una odisea y tardó mucho más tiempo de lo normal en terminar la ración, pero cuando al fin lo consiguió, pudo ver a Cristian de nuevo, quien ya tenía pies y los usaba para pasearse por la habitación con una sonrisa cínica en los labios. Elías contempló desde el suelo aquel bello, esbelto y pálido cuerpo desnudo con absoluta admiración mientras luchaba por mantenerse consciente porque de repente se sentía aun más débil. Entonces, Cristian se agachó a su lado y le deslizó la mano por la cara sin perder esa sonrisa que de repente parecía malévola. Y el otro abrió mucho los ojos con asombro al comprobar que podía notar su tacto, que era frio y suave al mismo tiempo.

—Puedo sentirte —masculló Elías, sorprendido.

—Pues va a ser lo último que sientas en tu vida porque te estás muriendo —repuso el otro con un tono burlón—. Ya no queda ni una pizca de energía vital en ti. La he succionado toda.

—¿De qué hablas?

—¿Todavía no lo has comprendido? ¡Eres más idiota de lo que pensaba! —Emitió una sonora carcajada—. Tú no me elegiste a mí. Yo te cacé a ti. ¿Por qué crees que sentías ese irresistible impulso de tenerme? Era yo quien te lo provocaba a propósito. Llevo siglos alimentándome de monstruos como tú.

—¿Qué... qué eres?

—Algo muy antiguo. Los tuyos me han dado muchos nombres, pero ninguno se ajusta a la realidad. Mi cuerpo puede absorber energía vital incluso estando muerto y gracias a la tuya he vuelto a regenerarme.

—Me engañaste. —Gruesas lágrimas brotaron de sus ojos—. Con todo lo que hice por ti...

—No te mortifiques. El resultado habría sido el mismo de cualquier modo porque nunca podrías resistirte a alimentarte de mí, pero me convenía meterte prisa para acabar con esto cuanto antes. Estar muerto no es una experiencia agradable. No tardarás mucho en comprobarlo por ti mismo. —Chasqueó la lengua—. Por cierto, el lugar oscuro y vacío del que te hablé existe de verdad. Es el infierno. Y ahí es donde irás tú por todos los crímenes que has cometido. Vas a estar solo por toda la eternidad —añadió antes de darle la espalda y echar a andar.

—No te marches, por favor.

Elías usó las últimas fuerzas que le quedaban para mover el brazo y tratar de sujetar el tobillo de Cristian. A pesar de todo, quería retenerlo a su lado. Sin embargo, el otro se deshizo fácilmente del agarre y continuó caminando hasta abandonar la casa sin tan siquiera mirar atrás. Elías se quedó tendido en el suelo, sintiendo como su vida se extinguía y su mundo se iba sumiendo en las tinieblas, pero ni siquiera entonces experimentó arrepentimiento por haber puesto los ojos sobre Cristian en la puerta de aquel local de ambiente. Pues, pensaba que haber tenido el privilegio de pasar unos instantes al lado de ese maravilloso ser de luz recompensaban con creces la soledad eterna. Pronto descubriría que se equivocaba.

Fin.

 

Imagen de portada realizada por Estefano Burmistrov y descargada en Pixabay

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